Para Freud, la finalidad del tratamiento es hacer lo inconsciente consciente, y que el yo, lugar de la identidad y la razón, conquiste y domine las regiones otrora bajo el dominio del ello, instancia de las indómitas y asociales pulsiones animales. El inconsciente estaba habitado por el ello, el cual ciertamente fue visto como un pozo sin fondo de deseos perversos e incestuosos, y la finalidad del desarrollo es su progresivo dominio. Poco de esta primera perspectiva freudiana cambiaría con el paso del tiempo.
Desde la perspectiva de su joven colega Jung, en cambio, el inconsciente es una preciosa fuente de significado y energía para la vida. La finalidad de la terapia es la reconciliación del individuo con el inconsciente, o mejor dicho, reconciliar el yo consciente con el inconsciente.
Quizá el concepto más notable de Jung es que existe un estrato más profundo que el inconsciente individual (II): el inconsciente colectivo (IC). Este último es fruto de la herencia filogenética, y consiste en una serie de nódulos neuropsicológicos que promueven la aparición “de características conductuales comunes y experiencias típicas” de los seres humanos. Jung llamaba sí mismo (alemán “Selbst”, inglés “self”) a la personalidad estructurada inconsciente. Esta es otra diferencia con Freud, el inconsciente no es un reservorio de fuerzas pulsionales “no ligadas”, sino la sede de una estructura de personalidad.
El inconsciente colectivo contiene arquetipos. Un ‘arquetipo’ es una, digamos, preconfiguración que, al entrar en contacto con cosas o personas del mundo exterior por medio de la ‘contigüidad’ y ‘similitud’, se actualiza y forma ‘complejos’. El arquetipo “madre”, preconfigurado filogenéticamente por millones de años a través de incontables generaciones, en el niño entra en contacto con la cuidadora, se convierte en el complejo “madre”. Cada una de las partes de la díada crea un campo perceptual que evoca el arquetipo de cada uno en el otro.
Otra estructura es la ‘persona’. Esta palabra viene del griego prósopa que se refería a la máscara que usaban los actores y que identificaban su personaje. Es una instancia social y por tanto implica elementos de simulación y de conformismo.
La ‘sombra’ es la parte repudiada de la personalidad. Denegada como es, aún nos sigue a cada paso que damos, activa y dinámica en nuestra personalidad. A pesar de esforzarnos en ignorarla, tiene sus formas incómodas de recordarnos su presencia. Es siempre “lo otro”, y por tanto, las cosas que nos recuerdan la otredad nos lo evocan y motiva a mayores esfuerzos por defendernos de ella. Por ejemplo las personas del otro sexo, gente de diferentes razas o naciones, las cuales evocan los aspectos renegados de nosotros mismos. En sueños se suele personificar como una figura siniestra y amenazante, quizá aún sombreada y misteriosa. Por tanto siempre hay algo que se siente como ajeno y hostil, lo cual hace surgir afectos de desconfianza, repudio, recelo e ira. Por ello Jung lo consideraba un complejo, es decir, un agregado de rasgos amarrados por elementos afectivos. Y como todo complejo, contiene activaciones de arquetipos, como el ‘Enemigo’, el ‘Depredador’ o el ‘Extraño Malvado’.
Desde el punto de vista social, un arquetipo, como ‘el enemigo’ puede ser actualizado por influencia de las ideologías y estereotipos societales.
Jung no compartía el concepto de que el género fuese enteramente un artefacto social, dado que no creía en la teoría de la tábula rasa. Para él, el género contenía además de los elementos aprendidos, disposiciones biológicas y arquetípicas. Existen arquetipos masculinos y femeninos, los cuales se activan en nuestras relaciones con otros y con nosotros mismos, y por un lado nos ayudan a manejar nuestra diferencia sexual, y por el otro, podemos reprimir parte de nuestras psiques que no comulgan con nuestro yo consciente. En fin, los arquetipos femenino y masculino coexisten como partes iguales y complementarias.
Investigaciones han encontrado que existen disposiciones innatas dependientes del sexo desde la vida intrauterina, como mayor tamaño y musculatura en los infantes varones, además de más movimiento in útero. El género estaría sobrepuesto a esto, como el reconocimiento psíquico y expresión del sexo dado por la naturaleza.
Jung veía la madre como la portadora del self para el infante, quien vive esa experiencia como de ‘participación mística’, es decir, una experiencia donde no hay diferenciación subjetiva entre los dos, no hay conciencia de sus existencias separadas. El género se superpone sobre esta realidad. En esta situación no hay problema para la niña, pues su conciencia de género se basa en una identidad compartida con la madre. Para el varón, el asunto se complica pues su conciencia de género se basa en la diferencia con su madre. En este punto, la presencia de una figura paterna es crucial para actualizar su arquetipo masculino de forma que le habilite establecer su identidad de género. Para la niña la presencia de una figura masculina no es menos importante, pues realza su sentido de feminidad en contraste con la otredad del hombre e influencia profundamente como experimenta su feminidad con respecto a los varones. En la mitología el surgimiento de la consciencia se observa en la separación del Padre Cielo y Madre Tierra.
Al igual que el género es experimentado como el principio arquetípico relacionado al propio sexo, las relaciones con el otro sexo descansan asimismo sobre un fundamento arquetípico. El arquetipo contrasexual se llama ‘ánimus’ en las mujeres y ‘ánima’ en los hombres. Uno es asignado como no-yo y el otro es adaptado por el yo. El denegado es inconsciente para el yo, pero ambos se expresan, por ejemplo en sueños. Entre más inconsciente es el ánima o ánimus, más tenderá a ser proyectado hacia otro(s). en la mujer, por ejemplo, el ánimus corresponde de alguna manera con el ‘Logos’ paterno y el ánima en el hombre corresponde a la idea de ‘Eros’ materno.
En nuestra sociedad se espera que los muchachos sean masculinos y las mujeres femeninas, y entre más la idea o complejo de lo femenino sea ‘sombra’ en un muchacho, más él se identifica con su ‘persona’. Jung inclusive opinaba que se puede determinar cómo es la ‘sombra’ del individuo por cómo es su ‘persona’.
Los conceptos jungianos permiten comprender la relación de la persona con el género de una forma que no hipostatiza a éste último como algo innato o inevitable, sino como un campo de polaridades a comprender y reconciliar.
Bibliografía
Stephens, A. (1994/2001)
Jung: A very short introduction. Oxford University Press. Oxford, Reino Unido.
Strouse, J. et al. (1985)
Women and Analysis. G. K. Hall & co. Boston, MA, EUA.